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El paulatino avance de la sociedad moderna y su interacción con el entorno, tienen como resultado palpable numerosos desequilibrios en la relación del hombre con el medio.  Un ejemplo de ello son las enfermedades infecciosas emergentes, cuya evolución ascendente de la tasa de incidencia y su crecimiento anual constante, las convierten en una prioridad absoluta en lo que a sanidad se refiere.

Dichas enfermedades adquieren especial relevancia cuando el soporte de las mismas resulta ser un “bien necesario”, como es el caso del agua, de la cual no podemos prescindir en la actualidad.

La conocida bacteria Legionella, que ha conseguido colonizar, fundamentalmente a través de las redes de distribución de agua potable, de sistemas hídricos construidos por el hombre, así como a través de sistemas de refrigeración y de distribución de agua sanitaria, se encuentra dentro de ese foco de riesgo de enfermedades infecciosas. Es necesario pues, un control sanitario adecuado, ya que, donde la conocida bacteria encuentra condiciones favorables para su proliferación, favorecida por los fenómenos de corrosión e incrustación propios del agua, así como por la transmisión aérea, obtiene así una buena vía hacia su expansión.